Cuando buscamos sinceramente a Dios

Frecuentemente, los incentivos del Espíritu Santo pasan sin que los notemos durante nuestro día y los acontecimientos rutinarios. Cae como una semilla en el suelo, un suelo repleto de tareas a realizar, situaciones imprevistas, nuestros rituales diarios habituales como son las tareas del hogar, la higiene personal, las obligaciones laborales, los momentos de oración, etc. Éste es el terreno en donde Jesucristo siembra sus palabras del Evangelio.

Para cada una de estas situaciones nos ha dado la semilla de Su Palabra, la cual es el vivo reflejo de Su vida humana, escrita por los evangelistas, para que aquélla sea siempre una nueva semilla recibida por nuestra conciencia, aceptada por decisión propia y la cual hace crecer y dar fruto el mismo Espíritu Santo.

Cuantas situaciones se nos presenten durante nuestro día, tantas semillas de Su Palabra. Las razones por las cuales esta semilla no tiene fuerza para dar frutos son generalmente porque no conseguimos tocar el suelo fértil de nuestro propio espíritu.

Llevados por los acontecimientos exteriores permanecemos en el nivel de una presión externa: „Así es como debería ser“. Como un rayo o como una conciencia silenciosa somos motivados a detenernos y resistirnos a que nos lleven las olas del „tenemos que“, pero rápidamente posponemos aquella decisión para un tiempo venidero mejor.

Cuando buscamos sinceramente a Dios, en cada suceso y cada momento de nuestras vidas Él siembra en mi voluntad un granito de Su vida. Todo queda empapado de Su presencia, con el ardor y la luz de Su Palabra y los ejemplos de vida de Jesús de Nazaret.

Un hombre de Dios reconoce cada suceso de su entorno como un canal del Amor de Dios. En el pan lo alimenta, en el sol le da calor, en el ayuno lo limpia y fortalece su voluntad, mediante las tareas lo educa y madura, en las dificultades lo levanta en un mayor nivel de libertad y similitud con Él.

Si en cada cosa miro solamente el calor agobiante y la brisa, el alimento y el hambre, la salud y la enfermedad, el sufrimiento y el disfrute, el éxito y el fracaso, el bien y el mal, la vida se transformará en un campo de batalla en donde me encuentro en alerta constante, en peligro, con miedo, tensión y estrés. Comparando con lo externo.

Mi única alegría, mi deseo, es que sepamos abrirnos a Dios, el cual viene a nosotros a través de todo aquello que nos sucede, y así podamos participar activamente en la ejecución de Su Plan para y conmigo para la salvación del mundo.

Hermana Lilia