Somos transformados por Jesús, el Hijo que Dios nos envía. La transformación también requiere nuestra participación. Reconozcamos la grandeza de Dios y seamos persistentes en nuestros ascensos. Aunque débiles, podemos hacer mucho. Jesús ve nuestros esfuerzos, nuestro arduo trabajo, nuestro deseo, y cuando no podemos alcanzarlo, Él se nos acerca.
Señor, ilumínanos con tu verdad y danos la alegría de servir, para que el don de la fe ilumine la vida de las personas a las que nos envías. Alumbre nuestro camino de vida con la luz de la fe, para que, al seguir fielmente el evangelio, seamos lo más parecidos posible a Tí y aprendamos a respirar contigo.
Dios ve, Dios se preocupa, Dios está conmigo; Él cumple en mi su voluntad, que, de una manera milagrosa e insondable para mi, es salvífica. Levantemos nuestras manos y nuestros corazones a Dios, con confianza y seguridad. En esta fe, oremos fervientemente.
¿Con qué se alimenta más el amor? Con amor. ¿Qué fortalece la amistad? Amistad recíproca. ¿Cuándo es la caridad la más dulce? Cuando se le responde con gratitud. Cuando no hay palabras hermosas, cuando no hay ternura, cuando no hay gratitud, entonces reina la frialdad. Es de vital importancia para uno intercambiar sentimientos.
Dios actúa por su gracia sobre nuestra fe, pero también se necesita nuestro consentimiento. La fe es más preciosa que el oro. Seamos testigos alegres de la esperanza que nos llena.
Somos los "hijos de la luz". Jesús no nos alcanzará, por su ingenio, "los hijos de este mundo". Jesús nos anima a planear el futuro con Dios, en el Reino de Dios. La determinación del Reino de Dios requiere: voluntad, esfuerzo, tiempo, plan, energía y, en una palabra, todos nuestros poderes. Y sabemos que nuestra vida actual depende de cómo será nuestra vida eterna.
Somos los "hijos de la luz". Jesús no nos alcanzará, por su ingenio, "los hijos de este mundo". Jesús nos anima a planear el futuro con Dios, en el Reino de Dios. La determinación del Reino de Dios requiere: voluntad, esfuerzo, tiempo, plan, energía y, en una palabra, todos nuestros poderes. Y sabemos que nuestra vida actual depende de cómo será nuestra vida eterna.
Miembros de Zdenac, Dios nos llama a la alegría y nos quiere dar su paz. Él es para nosotros como un padre amoroso. Cada uno de nosotros cuando le habla a Dios le dice “tú”, y ese "tú" llega a ser un "nosotros" entre todos nosotros. El amor de Dios para nosotros es misericordioso.
Nuestros padres o amigos no nos poseen, ni nosotros los poseemos a ellos. El único que nos posee es nuestro Creador. Le pertenecemos a Él y vivimos para Él. Es difícil seguir a Jesús, nos repiten muchos sacerdotes. Nosotros los creyentes deberíamos saberlo muy bien. Muchas veces es difícil amar a los demás, perdonar, aceptar, dar, ser honrado, sincero, de humilde corazón, limpiarse de pensamiento impuro, no juzgar y no cotillear. Pero cada vez que nos ganamos a nosotros mismos, somos más fuertes, libres y más seguros, y solo entonces podemos entender la palabra de Jesús - no tener donde reclinar la cabeza, dejarlo todo, decidir de una vez por todas seguirlo a Él y proclamar el Reino de Dios. Eso es la verdadera libertad.
Escuchando a través de la oración la voluntad de Dios, glorifiquemos a Dios con nuestras vidas. Invitemos a la Fiesta del Señor a los pobres de amor, cegados por el falso brillo de este mundo, y a la gente que tropieza en los caminos equivocados de la vida – invitémosles sin buscar nada a cambio. Jesús mismo nos dice en el evangelio: "Serás recompensado en la resurrección de los justos".
Cuestionando nuestra apertura a las inspiraciones de Dios, en oración y humildad preguntémonos cuál es la voluntad de Dios para nosotros, a dónde y a quién Dios nos envía, y cuál es nuestra misión; para que su Espíritu nos guíe y una vez merezcamos entrar por esa puerta estrecha.
No estamos llamados a una vida de falsa paz, a comprometernos con el pecado, sino a una carrera constante hacia la lucha que nos espera hasta el Reino de Dios. Jesús mismo nos dice en el evangelio que no vino para traer paz a la tierra, sino división. Hemos sido bautizados con la cruz, y en nuestra vida cotidiana estamos llamados a vivir los valores eternos y a buscar el Reino de los cielos - paz, justicia, amor - a costa de la división y la discordia, incluso en nuestro propio hogar. ¡Salgamos de la tibieza!