Hay múltiples crisis: la pobreza material, el desempleo, cáncer incurable, desacuerdos familiares y divorcios, préstamos y deudas, adicciones (droga, alcohol, juego, Internet), desastres naturales, la incertidumbre y el miedo a los pronósticos graves para el futuro cercano y el creciente peligro de "gobernantes" despiadados de este mundo. Estas son las situaciones en las que ponemos esperanza en Dios: ¡Sed fuertes, no temáis!
Corazón - es la palabra clave del discurso de Jesús. No es suficiente honrar a Dios con los labios, sino adorarlo y servirlo con el corazón. El corazón es todo el hombre (en el Antiguo Testamento), el corazón es el centro de la persona, de la conciencia. Todo lo que un hombre piensa, decide, odia y ama sucede en el corazón.
Jesús es el pan vivo que se convierte en alimento insustituible. Estar apegado a Él no significa estar encadenado, sino estar libre y en constante caminar, abierto a las sorpresas y novedades de la vida. Jesús busca la fidelidad total: irse o quedarse, no quedarse pero ser inactivo. La lealtad es una relación dinámica; es buscar, descubrir, admirar, sorprender. Y en esas relaciones la verdadera medida es el amor.
El Espíritu Santo nos permite comprender y celebrar la Eucaristía, que nos lleva a la sabiduría de la vida. ¡Escuchemos a Jesús! Señor, nuestro Zdenac reunido en la mesa de la Palabra y la Eucaristía, transfórmanos en tu novedad y que podamos dar la alegría recibida a las personas que nos rodean, para que ellos y nosotros tengamos vida en plenitud.
Tenemos a Jesús como alimento. Tenemos el conocimiento de que el camino es la muerte de nuestro hombre viejo, que es pasajero y podrido. Caminamos juntos, paso a paso, despertando y animándonos unos a otros del sueño y la debilidad que representan las crisis espirituales. Tengamos constantemente en nuestras mentes y corazones el deseo de Dios de volvernos uno con Él, de convertirnos en Él mismo.
Tanto la vida eterna como la vida mortal buscan su alimento. El alimento para la vida eterna es simplemente Amor. Ciertamente, el amor no se alimenta solo con comida bien preparada, buen vino y una mesa bellamente arreglada. La saciedad y la satisfacción de las necesidades corporales no nos hacen mejores, más humanos. No podemos plantar o cultivar por nuestra cuenta lo que sirve a nuestra necesidad de amor y la capacidad de amar, perdonar y desear para los demás. Ese alimento debe sernos dado de arriba, del cielo. Es el pan del cielo que el Padre nos da..